La nostalgia como visión de mundo
“nostalgia de sentir tu
risa loca…”
Somos seres irremediablemente
anclados al pasado, es algo atávico y que justo por eso no se puede evitar. Se
dice de vivir el presente –de eso ya he hablado y clasificado como una idea
loca–, se dice de vivir proyectado o hacia el futuro, idea que no es loca pero
que no se puede realizar sin una conexión con el tiempo actual. Y es por eso
que siempre nos queda el pasado, siempre el pasado como problema.
Ayer veía fotos de mi ciudad, de Caracas
El caraqueño vive atado a su
montaña que siempre y sin equivocarse le indica el norte, quizá por eso nos
damos el lujo –muy a menudo- de perderlo. Vivir con esa montaña, vivir esa
montaña vale todos los sacrificios, los peligros, los precios. Si tomas la Cota Mil , una autovía que
la bordea hasta sacarte del valle puedes verla en toda su extensión y
saborearla, o por lo menos así la recuerdo. Si es muy temprano en la mañana, casi
madrugada, verás que poco a poco el sol le va dando forma y emerge como un
gigante que despierta de su letargo nocturno. Las flores del capín melao en su color rosa profundo te dirán que es
época de alergias, pero eso no importa si te queda grabado ese color en tu
retina.
En la tarde, la montaña se viste
de tonos oro y violeta, y según sea el día, si prístino, el horizonte que ella
te dejará ver te dirá que el cielo será tuyo si antes la contemplas. Según
la zona donde vivas (yo vivía en La Alta Florida ) podrás subir un
desnivel de 500 metros
y llegar al cortafuegos a ver el atardecer en el que, bajo un eucalipto vendrán
a ti todos los loros y pájaros del mundo para resguardarse en sus entrañas.
La nostalgia de Caracas tiene que
ver con su luz, con su montaña y con nuestras vidas. Épocas en que la conversa
era un arte, porque al caraqueño le gusta hablar, contar chistes, y montar una chapa (es la forma autóctona de burlarse el otro
repetidamente pero sin faltar el respeto e intentando que el burlado al final
se ría de sí mismo). Ese sentido del humor fino e irreverente que encuentras en
su gente es impagable. Recuerdo un día a una amiga que ante su preñez me dice:
“¡Y ahora yo con esta barriga y estas patas de pollo!”, para burlarse de la
desproporción de su figura. Otro vendedor en la calle me ofrecía mandarinas
bajo la metáfora de “¡Señora, aproveche, azúcar en cascaritas!”. Mi madre,
caraqueña de pura cepa era famosa por sus metáforas escatológicas, para ella una
persona con la cara marcada por el acné tenía “la cara como mojón pica’o e’
pollito”. Y así, pasaríamos por el “ir
más rápido que botellazo de puta”, hasta llegar al “tiene los cauchos lisos”, para describir la
actitud de quien está muy borracho.
Ya se imagina entonces que
Caracas la bella, es estos recuerdos de amigos o tíos que cuando comenzaban a hablar
no parabas de reír, de la buena comida –indispensable para saciar nuestra
famosa curiosidad gastronómica- y por supuesto El Ávila. ¡Esto es nostalgia!
Una nostalgia que no hablará de
malos momentos ni de las razones por las cuales ya no estamos allí. Callará en
secreto que no volveremos nunca más porque el destino está echado y hay que crecer fuera de un entorno que al final
se hizo hostil para las almas nostálgicas.
Porque Caracas la bella, se nutre
de la inmediatez, olvida y engulle el presente como si de Saturno con sus hijos
se tratara, no deja espacio para el futuro y se burla del pasado. Si la visitas
y te invade el sentimiento de no poder volver a transitar por Tierra de Nadie como quien tiene veinte años, muchos no lo
entenderán, porque pensarán: “¿y quién quiere volver a estar allí?” Caracas es salvaje porque no conoce al tiempo.
La Caracas de las cosas
esenciales: la música, la vida, la filosofía sólo puede existir en tu
nostalgia, que se sienta en balcones
metafísicos, o selváticos y
prueba sabores venidos de otras tierras y agradece todavía hoy a aquellos que
te llevaron hasta La Pica o te
enseñaron Paraíso.
Quizá sea cierto aquel graffiti
que leía una vez en Caracas: “La nostalgia ya no es lo que era”. En él se
expresaba la imposibilidad de volver a vivir ese pasado, y también la
implacable necesidad del caraqueño de borrar todos los rastros de viejos
tiempos para poder digerir un presente duro y hostil.
Sin embargo, en días como hoy
acariciaremos todos esos momentos, los cuidaremos y mimaremos como niños
indefensos y nos comprometeremos a hacerlos crecer como recuerdos de bien.
Porque si es que no podemos vivir hacia atrás, sí que podemos sonreír al
recordar todas las cosas bellas que hemos vivido, pues es allí donde encontraremos
nuestra fuerza para el presente y la inspiración para el futuro.
¡Gracias, amigos bellos, por
seguir siempre ahí!
bellisimo... Completamente identificada desde la distancia de mi hogar caracas... Venezuela... Gracias por poner palabras a lo que llevamos tantos por dentro...
ResponderEliminarExtraordinariamente bien... Un inmenso abrazo...
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