Sobre la reconciliación
En estos momentos los ánimos
están caldeados y a la vez esperanzados. Por todas partes la gente se reúne,
protesta. Las masas que no tienen porqué ser silenciosas ni anónimas toman
conciencia de que el camino no es el enfrentamiento sino la reconciliación (véase
las recientes protestas en España, y el proceso cívico de apoyo a los
candidatos presidenciales en Venezuela).
1. Volver a las
amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos; 2. Restituir al gremio de la Iglesia a alguien que se había separado de
sus doctrinas; 3. Oír una breve o ligera confesión; 4. Bendecir un lugar sagrado, por haber sido violado; 5. Confesarse, de algunas culpas ligeras u olvidadas en otra confesión
que se acaba de hacer; 6. Confesarse,
especialmente de manera breve o de culpas ligeras.
Como vemos su significado parece estar unido a lo
trascendente de esta vida, a lo sagrado.
Es por eso que cuando hablo de reconciliación de lo único
que quiero dar cuenta es de un proceso que busca, por una parte, el acuerdo entre
aquellos que en su momento no pudieron seguir dialogando; pero ,también supone
escuchar una ligera confesión, breve, casi inocente (la confesión no los
hechos). Y a la vez, se trata de ‘bendecir a un lugar sagrado que había sido
violado’.
En estos tiempos que corren, los
procesos políticos que se viven están marcados por la falta de diálogo. En
España el gobierno se empeña en satanizar las demandas de los ciudadanos, en
Venezuela el gobierno se empeña en desoír las voces de quienes piden un cambio
democrático. El diálogo está roto por la única vía que conoce: la violencia de
Estado. En España se amenaza a la población de que las protestas agravarán la
delicada situación económica, cuando la verdad que se oculta detrás es el miedo
a la pérdida del poder por parte del partido de gobierno. En Venezuela, la
amenaza es que si hay un cambio será para peor y que de momento si no hay
cambio se consolidará el verdadero cambio, pero la verdad sigue siendo el ansia
de perpetuar el actual poder.
Si los ciudadanos se sienten amenazados,
son violentados, entonces el diálogo no es posible, por eso nos cuesta tanto
comunicar lo que verdaderamente queremos, y por eso nos cuesta tanto
entendernos.
En Venezuela hace muchos años se rompió
esa convivencia, el lugar sagrado que es un país se profanó con el personalismo
de las pintadas egocéntricas, la ciudad se transformó en el síntoma ególatra del
mandatario de turno (no de un proyecto político). Nuestra casa ha sido
profanada.
Por eso es que, visto así, tiene sentido
hablar de reconciliación. Yo creo en un proceso histórico en el que ésta es
posible. La sociedad venezolana ha sufrido con la herida abierta por la violencia. Es hora
de curar esa herida. Un buen médico diagnostica y prescribe, uno malo sólo
diagnostica porque no sabe curar y entonces deja morir. Si la metáfora de la
enfermedad no hace cambiar a la personas, ¿qué cosa lo hará? Para mí, un
verdadero gran hombre sabe retirarse a tiempo, deja un mundo mejor a su paso, y
sabe que la obra si es sólida, si es buena, si ha respondido al interés de
todos, continuará. Un buen gran hombre no necesita de grandes murales para
convencer a los demás de su estatura. Un gran hombre genera confianza en el
presente y también en el futuro.
Si estuviéramos frente a dos grandes
hombres buenos, entonces uno entenderá que ya ha hecho su parte, y el otro la
recibirá como una oportunidad. No será necesario inculparse, y entonces podría iniciarse el proceso más
hermoso que haya vivido la sociedad venezolana. “Este es el
único perdón que hay, una palabra que ya no debe ser dicha porque abre ya el
camino a otra, porque ya con el gesto de la palabra se sobrepone a la discordia
y a la injusticia que nos ha desunido.”[2]
Dedicado al
hermoso país de dónde vengo y a éste que me ve habitar.
[1]“Un diálogo es algo en lo que uno entra, en lo
que uno se implica, algo de lo que no se sabe de antemano qué <saldrá> y
algo que tampoco se corta sin violencia, puesto que siempre queda algo por
decir. Éste es el criterio de un diálogo auténtico.” Dutt, Carsten, En Conversación con Hans-Georg Gadamer.
Hermenéutica-Estética-Filosofía Práctica. Madrid: Técnos, 1998. p.61
[2] Gadamer, H. G., Verdad
y Método II, “Hombre y Lenguaje” Salamanca, Sigueme, 1998
¿TODA RECONCILIACIÓN ES RECONCILIACIÓN?
ResponderEliminar“–Doctor, ¿la cabeza de cordero… es cordero?”
“–Sí, sí, es cordero; digamos que… todo lo que lleva cordero… es cordero.”
(de un gag de Faemino y Cansado)
¿No podría darse el caso de que la reconciliación no fuera más que el poncho que se coloca la sumisión, púdica ella, para tapar sus vergüenzas? Quizá convendría no dejar caer en saco roto la advertencia que nos hacía Heráclito al avisarnos de que todo mostrar es enmascarar y viceversa. Atendiendo a ella, cabrá legítimamente sospechar que toda noción abstracta es tanto más bella cuanto más prosaica es la realidad concreta que designa y –mediante el acto mismo de designar– embellece.
Porque el caso es que los súbditos del ilegítimo reino de España –pues aquí no hubo proceso constituyente, sino apaño constitutivo– llevamos casi cuatro décadas entregados a la poco edificante tarea de narcotizarnos con la letanía de la reconciliación para encubrir la abyección que encierra el hecho de haber dejado que los asesinos a sueldo de la maquinaria estatal franquista hayan ido muriéndose cómodamente en sus camas mientras motejábamos de resentidos a quienes cometían la obscenidad de traer al recuerdo su condición de víctimas del terrorismo industrializado.
Basta observar nuestra actitud para con el otro terrorismo, el artesanal, para ver cuán poco dados somos a reconciliaciones y cuánto tiene esa palabra de coartada embellecedora. Y es que, a diferencia de lo que ocurre con el terrorismo de Estado, al terrorismo sin Estado ya no le tenemos miedo. Y en consecuencia, ahí no queremos oír hablar de reconciliación, sino que clamamos venganza, aunque –púdicos también ahí¬– nos calzamos otro poncho, al que llamamos justicia. Y lo desglosamos en tres apartados, referidos respectivamente a los crímenes, los culpables y las víctimas: memoria, castigo y reparación. Obsérvese el contraste con el olvido, impunidad y resignación constitutivos de la reconciliación con la que hemos venido obsequiando al todavía poderoso –en virtud de la santísima e incuestionable Transición– terrorismo franquista. Sí, obsérvese bien el contraste y se podrá apreciar que éste se corresponde milimétricamente con la diferencia entre estar envalentonado y estar acobardado, diferencia intensificada por la influencia del factor cronológico: pisoteará con más saña a un canijo aquél que acaba de tragarse la autoestima ante un matón. Reconciliación y justicia son, pues, términos antitéticos, cosa que, por otra parte, ya sabíamos desde antiguo, pues ya decían los clásicos que no necesitaríamos la noción de justicia si reinara la amistad.
Sin embargo, es posible que la esta divagación no haya sido más que un extravío, consecuencia de haber desdeñado un camino más certero. Ciertamente, bien pudiera ocurrir que el problema fuera otro, relacionado, más bien, con la distinción entre uso y utilización: una sartén se puede usar para freír un huevo, mientras que propinar a alguien un sartenazo con ella no sería propiamente usarla, sino utilizarla. Bien pudiera ser, pues, que llamar reconciliación al proceso de envilecimiento ideológico desarrollado en el Estado español durante las últimas décadas no sea usar, sino utilizar, la noción de reconciliación, con lo cual estaríamos endilgando a una bella palabra un significado espurio. Pero si de lo que se trata es de la relación entre una palabra y su significado, entonces ya no es Heráclito, sino Humpty-Dumpty, quien nos coloca sobre la pista correcta: para saber el significado de una palabra, lo que cuenta es saber quién manda (todavía).
Pero esa pista es, precisamente por ser certera, decididamente inservible, pues conduce, precisamente, al lugar que llevamos toda la vida evitando: el infierno nudista donde no sólo es obligatorio quitarse el poncho, sino también ¬–y especialmente– la venda de los ojos.
Por eso es relevante seguir profundizando en el sentido que hoy tiene una reconciliación. Reconciliarse no es olvido, tampoco retroceso y sobre todo no debería ser usada como una excusa para el anquilosamiento.
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