Del fracaso y otras sediciones.

“Y sin embargo, nos empeñamos en mantenernos vivos tanto como podamos,
igual que los niños que hinchan sus pompas de jabón
hasta el límite, aún sabiendo que van a estallar.”

A. Schopenhauer

 

No conozco a nadie a quien le guste el fracaso, de hecho creo que todos nos pasamos la vida evitándolo. El fracaso en una relación, en un proyecto, en una prueba, nos confronta contra nosotros mismos. El fracaso toca una fibra que no toca su opuesto: el éxito. Quizá por eso valdría la pena pensar un poco sobre este asunto.

El fracaso está ahí, no hay que darle vueltas. He leído muchas posturas sobre el fracaso, posturas que vienen de la filosofía y que están hermanadas con el pesimismo, especialmente el schopenhaueriano. Este pesimismo del que podemos encontrar múltiples versiones e interpretaciones sostiene que ser feliz consiste en comprender la miseria que nos toca, o al menos así lo entiendo yo. Sé que soy reduccionista, pero trataré de mostrar cuál es el uso actual que se ha hecho de esta posición.

Cuando se habla del fracaso no como posibilidad sino como un hecho consumado, muchas personas lo toman como una ‘oportunidad’. Esto es un contrasentido si tenemos en cuenta que fracasar tiene eso de haber querido hacer algo, hacer empeñado las fuerzas en ello y no haber podido realizarlo. La sensación de pérdida del tiempo (y de las ganas) no puede sobrellevarse sólo porque cambiemos de signo. El fracaso es fracaso, no oportunidad.

La oportunidad de fracasar es otra cosa. Sólo podremos fracasar si hacemos algo. Las personas que no hacen nada tienen garantizado el éxito. Lo que me obliga a pensar al fracaso desde su sentido literal que es estar en me dio de una sacudida porque ‘cassare’ es romperse, agitar y el prefijo ‘fra’, significa estar en medio. Si esto es así, estar en medio de una sacudida no indica un estado definitivo y eso es lo que interesa en el fracaso, que pese a toda la frustración que conlleva no es definitivo.

Esta interpretación me orienta hacia otro lugar distinto del que propone el cambio de signo o el pesimismo romántico. El fracaso fastidia porque acarrea frustración y la frustración sólo refleja unas expectativas que teníamos pero que no pudimos cumplir. Hay quienes aconsejan que si no tenemos expectativas exageradas no tendremos ese sentimiento de frustración o fracaso, pero mi pregunta es, ¿podemos no tener expectativas exageradas cuando nos conduce el velero de la ilusión?

La naturaleza humana se debate día a día en responder todas estas cosas. Vamos conducidos por la ilusión, la esperanza y la buena fe. El mundo en cambio nos paga con todo lo contrario, entonces nos decepcionamos y prometemos no volver a caer en el mismo error. ¡Error!

El fracaso es normal porque no podemos evitar estar en medio de la agitación impuesta por la vida común. Hacemos planes que no salen y nos ilusionamos aunque eso nos cueste la decepción, pero no sabemos vivir de otra manera. La templanza exige que podamos aguantar este vaivén y que podamos adecuarnos a la mar. Y aquí está el quid del asunto, que podamos seguir adelante como la primera vez, que seamos valientes y volvamos a confiar, porque una y otra vez fracasaremos pero siempre encontraremos una salida feliz. Del fracaso aprenderemos o no, no se trata de vivir la vida como quien se prepara para el examen que debe aprobar y si no, volver a estudiar con la esperanza de aprobar la asignatura para no ver más a esos libros ni a ese profesor. Siempre tendremos que estudiar, seguir ese particular proceso de formación y amar eso que estudiamos, en este caso la vida. La gente que no puede entender esta dimensión del fracaso no ama la vida, ni tiene templanza. La cobardía es falta de templanza, en ese sentido, los ideales son reemplazables por otros y cuando algo nos sale mal renunciaremos con facilidad, la rabia se apoderará de nosotros y juraremos no intentarlo nunca más.
 
Los grandes hombres y las grandes mujeres con ideales han fracasado y han seguido. No imagino a Miguelángel dejando de esculpir ni a Van Gogh renunciando a la pintura. Cuentan que cuando Miguelángel estaba esculpiendo el Moisés, una vez acabado le dio un martillazo y le gritó “¡habla!” Su frustración lo acercó a la destrucción de su obra pero también a la perfección. Posteriormente esculpió los esclavos, una obra preciosa que según cuenta Vassari quiere mostrar cómo despierta la vida desde la roca. Estas acciones nos hablan de un compromiso.

En estos tiempos difíciles, parece que la vida quiere de nosotros compromisos bellos. Un compromiso bello es aquel que se merece toda mi rabia y toda mi ilusión, requiere de mi tiempo, de mis lágrimas y sonrisas porque sabe que estar en medio de la agitación es su esencia y que su final es la salida feliz.
 
¡No dejes nunca de agitarte y de salir felizmente de tus asuntos!
 
 
 

 
 
 (Por cierto, el significado de éxito hace referencia a una salida feliz.)

 

 

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